La cocina, hasta hace unos años, se consideraba área ‘vetada’ a niños: cuchillos, abrelatas, vajillas y demás enseres culinarios han sido durante mucho tiempo razón suficiente para mantenerlos a raya. Sin embargo, basta únicamente poner algo de cuidado, una pizca de orden y un par de cucharadas de imaginación para convertir los fogones en el mejor ‘parque temático’ que un niño puede visitar. .. Y no hacen falta montañas rusas ni tiovivos para hacerles vibrar de emoción.
Esto es lo que consiguió Masterchef una vez más: contagiar la pasión por la cocina… O, quien sabe, si encumbrar algún futuro cocinero. Cuanto menos, nos regaló a todos -preceptores incluidos- una tarde mágica.
En primer lugar nos dirigimos al supermercado: trajín de delantales, carreras por los pasillos, ‘regateos‘ por los precios (¡como lo oís!) y cariño a raudales por parte de los empleados del Condis, quienes una vez más se portaron estupendamente con nosotros.
Ya de vuelta en Salces, los equipos se organizaron por platos del menú: entremeses Wonka, tortilla de patatas, brocheta de verduras y langostinos y un fantástico Brownie con frutas de temporada.
Los jefes de grupo, tratando de no meter demasiada presión a su equipo, intentaban terminar cada paso lo antes posible, ya que el tiempo para cocinar era muy ajustado.
Lo demás fue muy sencillo: hacer disfrutar a alguien y disfrutar al mismo tiempo son dos caras de una única moneda… ¡Y las familias y chicos de quinto, con su alegría y dedicación, parecen tener el bolsillo lleno!